La Placa de Echenique es uno de los símbolos incas más intrigantes y, según aseguran muchos, receptáculo de un inmenso poder. Se considera que es un “canipo” o símbolo solar de los Hanan Cusco (segunda dinastía de los Incas, la cual se inicia con Inca Roca), el cual usaban, portándolo en el pecho. Su leyenda ha trascendido el tiempo, acrecentándose con el paso de los siglos, acumulando infinidad de historias, leyendas y profecías aún por cumplirse.
Esta placa circular, de oro, con una dimensión de 12, 5 centímetros de radio, y que tiene unas perforaciones que hacen suponer que tenían la finalidad de permitir colgárselo al cuello por medio de sogas o correas, es considerado como el máximo símbolo de poder que sobrevivió a la sed de oro de los conquistadores españoles, y a la vez sería una joya que representaría y concentraría todo el poder de los Incas. Se considera que la hoy llamada “Placa de Echenique” era portada en el pecho por el soberano del Tahuantinsuyo, como símbolo de ser el auténtico “hijo del Sol”.
Primeras referencias de la “Placa de Echenique”
El mundo occidental conoció esta joya –conocida por los incas como “Intip Inti” (“Sol de Soles”)-, por primera vez, con la llegada de los españoles al Cusco, tras la captura y ajusticiamiento de Atahualpa; existen datos, por parte de los cronistas de que, al parecer el último Inca la portaba al ser capturado en Cajamarca, pero su destino a partir de ese punto se desconoce: según los descendientes actuales de los sacerdotes incas con los cuales pude conversar, la joya escapó al destino del rescate de Atahualpa: no llegó a caer en manos de los conquistadores.